La moneda de reserva del mundo depende del petróleo, los dictadores, la desigualdad y el complejo militar-industrial. Pero un estándar de Bitcoin podría cambiar esto.
En su crecimiento desde un libro blanco conceptual (White paper) hasta un activo de un billón de dólares, Bitcoin ha atraído una enorme cantidad de críticas. Los detractores se centran en sus externalidades negativas percibidas: el consumo de energía, la huella de carbono, la falta de control centralizado y la incapacidad para ser regulado. Independientemente de la validez de estos argumentos, pocos críticos se detienen a pensar comparativamente sobre las externalidades negativas del actual sistema financiero mundial de hegemonía del dólar.
Esto se debe, en parte, a que muchos críticos de Bitcoin lo ven sólo como una plataforma de pago similar a Visa y analizan su rendimiento y costos por “transacciones por segundo”. Pero Bitcoin no es una empresa fintech (de tecnología financiera) que compita con Visa. Es un activo descentralizado que compite por ser la nueva moneda de reserva global, con el objetivo de heredar el papel que tuvo una vez el oro y el que tiene el dólar en la actualidad.
El mundo depende del dólar estadounidense y de los bonos del Tesoro estadounidense, lo que le da a Estados Unidos un dominio económico desmesurado y sin precedentes. Casi el 90% de las transacciones internacionales de divisas se realizan en dólares, el 60% de las reservas de divisas se mantienen en dólares y casi el 40% de la deuda mundial se emite en dólares, a pesar de que Estados Unidos sólo representa alrededor del 20% del PIB mundial. Este estatus especial del que goza el dólar nació en la década de 1970 a través de un pacto militar entre Estados Unidos y Arabia Saudita, que llevó al mundo a fijar el precio del petróleo en dólares y a acumular deuda estadounidense. Mientras salimos de la pandemia y de la crisis financiera de 2020, las élites estadounidenses continúan disfrutando del exorbitante privilegio de emitir el mejor valor monetario y numérico para la energía y las finanzas.
En las últimas décadas se ha visto un gran aumento en la actividad económica global, la población, el progreso democrático, el avance tecnológico y el nivel de vida, pero hay muchas fallas en este sistema de las que rara vez se habla y que pesan mucho sobre miles de millones de personas en todo el mundo.
¿Cómo sería el mundo con una base monetaria predecible, neutral y abierta en lugar de una controlada y manipulada por un gobierno que representa sólo al 4% de la población del planeta? Este artículo explora las asombrosas desventajas del sistema actual, que rara vez se discuten, con la esperanza de que podamos sustituirlo por algo más justo, libre y descentralizado.
Este ensayo explorará la creación, raramente discutida, del petrodólar y expondrá cómo Estados Unidos ha apoyado a dictadores brutales, ha comprometido su seguridad nacional, ha dañado su base industrial, ha apuntalado y protegido la industria de los combustibles fósiles e incluso ha librado conflictos en el extranjero, todo ello para reforzar el estátus del dólar como moneda de reserva mundial. Si bien esta estrategia funcionó para los líderes estadounidenses durante muchas décadas, hoy el mundo se está moviendo inexorablemente hacia una estructura financiera más multipolar y, posiblemente, hacia un estándar de Bitcoin.
I. EL NACIMIENTO DEL PETRODÓLAR
El Imperio Británico fue el hegemón económico incuestionable del siglo XIX, pero comenzó a perder fuerza a principios del siglo XX, especialmente después de la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos emergió mucho más saludable que la Europa devastada por la guerra y como el país con más oro, por lejos. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el dólar había eclipsado sin duda a la libra esterlina como la moneda nacional más influyente del mundo.
Los gobiernos seguían confiando en el oro como moneda de reserva mundial subyacente, pero los legisladores estadounidenses y británicos estaban decididos a crear un sistema más “flexible”. En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, líderes de 44 países se reunieron en un hotel en Bretton Woods, New Hampshire, para elegir un nuevo cimiento financiero. El economista británico John Maynard Keynes impulsó la idea del bancor, una unidad monetaria que manejarían muchas naciones. Pero Estados Unidos prefirió la idea del dólar en el centro, vinculado al oro a 35 dólares la onza. Dado que los déficits comerciales internacionales aún tenían que liquidarse en oro, el control sustancial de Estados Unidos sobre el suministro de oro del mundo y su posición favorable en la balanza de pagos le proporcionaron la palanca para salirse con la suya.
En las décadas siguientes, el mundo cambió al estándar de Bretton Woods, con las monedas nacionales vinculadas a montos ajustables en dólares, donde se confiaba en Estados Unidos para que custodiara y mantuviera suficiente oro para apuntalar todo el sistema. Hasta principios de la década de 1960, hizo un trabajo razonablemente bueno. Los dólares se convirtieron en el medio de cambio dominante para los acuerdos internacionales, respaldados por la promesa de pagar en oro. Estados Unidos se convirtió en la mayor nación acreedora y en una potencia económica. Sin embargo, después del asesinato del presidente Kennedy, el gobierno de Estados Unidos optó por una senda de enorme gasto social y militar. Con los programas sociales de la “gran sociedad” del presidente Johnson y la invasión de Vietnam, la deuda estadounidense se disparó. A diferencia de la Segunda Guerra Mundial o de la Guerra de Corea, Vietnam fue la primera guerra estadounidense librada casi en su totalidad a crédito.
Como escribió Niall Ferguson en “El ascenso del dinero”, “A fines de los años 60, los déficits del sector público de Estados Unidos eran insignificantes en comparación con los estándares actuales, pero lo suficientemente grandes como para generar quejas de Francia de que Washington estaba explotando su condición de moneda de reserva para cobrar señoreaje de los acreedores extranjeros de Estados Unidos mediante la impresión de dólares, de la misma manera en que los monarcas medievales habían explotado su monopolio de la acuñación para degradar la moneda”.
El economista francés Jacques Reuff llamó a esto el “pecado monetario de Occidente”, y el gobierno francés acuñó el término “privilegio exorbitante”. La mala política fiscal británica forzó una devaluación de la libra en 1967, y los franceses, temiendo que el insostenible gasto estadounidense tuviera resultados negativos similares, querían recuperar su oro antes de una devaluación del dólar.
Hacia 1971, la deuda de Estados Unidos simplemente había crecido demasiado. Sólo $11 mil millones en oro respaldaban $24 mil millones en dólares. Ese agosto, el presidente francés Pompidou envió un acorazado a la ciudad de Nueva York para cobrar las tenencias de oro de su nación de la Reserva Federal, y los británicos pidieron a Estados Unidos que preparara oro guardado en Fort Knox por valor de $3 mil millones de dólares para su retiro.
En un discurso televisado el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon dijo al pueblo estadounidense que Estados Unidos ya no canjearía dólares por oro como parte de un plan que incluía la congelación de salarios y precios y un recargo a las importaciones en un intento por salvar la economía. Nixon dijo que el cierre de la ventana del oro era temporal, pero pocas cosas son tan permanentes como las medidas temporales. Como resultado, el dólar se devaluó en más del 10% y el sistema de Bretton Woods dejó de existir. El mundo entró en una gran crisis financiera, aunque cuando se le preguntó sobre el impacto que tendría el “choque de Nixon” en las naciones extranjeras, Nixon dejó en claro su posición: “Me importa una mierda la lira”.
Como escribió David Graeber en su libro “En deuda”, “Nixon hizo flotar el dólar para pagar el costo de una guerra en la que ordenó que se lanzaran más de cuatro millones de toneladas de explosivos e incendiarios sobre ciudades y pueblos de toda Indochina… la crisis de la deuda fue un resultado directo de la necesidad de pagar las bombas o, para ser más precisos, la vasta infraestructura militar necesaria para lanzarlas. Esto era lo que estaba causando una tensión tan enorme sobre las reservas de oro de los Estados Unidos”.
Por primera vez en la historia, el mundo estaba en un estándar fiat puro. Los dólares en poder de los bancos centrales de todo el mundo perdieron su respaldo y hubo un momento geopolítico en el que se puso en duda el dominio de Estados Unidos y en el que un mundo financiero multipolar era una clara posibilidad. Añadiendo aún más presión, en 1973 los exportadores árabes de petróleo de la OPEP decidieron cuadriplicar el precio del petróleo mundial y embargar a Estados Unidos en respuesta a su apoyo a Israel durante la Guerra del Yom Kippur. En pocos años, el barril de petróleo pasó de menos de 2 dólares a casi 12 dólares. Ante una inflación de dos dígitos y el declive de la fe mundial en el dólar, a Nixon y su secretario de Estado y Asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, se les ocurrió una idea que les permitiría mantener “las armas y la mantequilla” en la era posterior al patrón oro y alterar el destino del mundo.
En 1974, enviaron al nuevo Secretario del Tesoro, William Simon, a Arabia Saudita “para encontrar una manera de persuadir a un reino hostil de financiar el creciente déficit de Estados Unidos con su nueva riqueza en petrodólares”. En pocas palabras, un petrodólar es un dólar estadounidense pagado a un exportador de petróleo a cambio de éste. Como dice un informe de Bloomberg, el marco básico era “sorprendentemente simple”. Estados Unidos “compraría petróleo a Arabia Saudita y proporcionaría al reino ayuda y equipo militar. A cambio, los saudíes invertirían miles de millones de sus ingresos en petrodólares en bonos del Tesoro y financiarían el gasto de Estados Unidos”. Este fue el momento en que el dólar estadounidense se casó oficialmente con el petróleo.
El 8 de junio de 1974 en Washington, Kissinger y el príncipe heredero Fahd firmaron acuerdos que establecían la inversión saudita en los EE.UU. y el apoyo estadounidense al ejército saudí. Nixon voló a Jeddah unos días después para seguir concretando los detalles. Más tarde, documentos desclasificados revelaron que el gobierno estadounidense permitió confidencialmente a los saudíes comprar bonos del Tesoro “fuera de las subastas regulares y a tasas preferenciales”. A principios de 1975, compraron $2.500 millones en bonos del Tesoro, comenzando una racha que luego se convertiría en cientos de miles de millones de petrodólares invertidos en deuda estadounidense. Décadas más tarde, Gerry Parsky, que era adjunto del secretario del Tesoro Simon en ese momento, dijo que este “acuerdo secreto con los saudíes debería haber sido desmantelado hace años” y que estaba “sorprendido de que el Tesoro lo mantuviera durante tanto tiempo”. “Pero aun así, dijo que “no se arrepiente”, ya que “hacer el trato fue positivo para Estados Unidos”.
En 1975, otras naciones de la OPEP siguieron el ejemplo de Arabia Saudita. Si querías comprarles petróleo a ellos y a su depósito de casi el 80% de las reservas mundiales de petróleo, tenías que pagar en dólares. Esto creó una nueva demanda de la moneda estadounidense en un momento de incertidumbre global e incluso en un momento de inflación continua. Las naciones en vías de industrialización necesitaban petróleo y, para obtenerlo, ahora tenían que exportar bienes a Estados Unidos o comprar dólares en los mercados de divisas, lo que aumentaba el efecto de red mundial del dólar. En 1974, el 20% del petróleo mundial todavía se negociaba en libras esterlinas, pero esa cifra cayó al 6% en 1976. En 1975, las importaciones saudíes de equipo militar estadounidense habían aumentado de 300 millones de dólares a más de 5.000 millones de dólares. Los precios del petróleo, impulsados por la prima que suponía la posibilidad de venderse en dólares, se mantendrían por las nubes hasta 1985.
II. IMPACTO DEL PETRODÓLAR
En su investigación sobre el petrodólar, el economista político David Spiro sostiene que las ganancias en dólares de la OPEP se “reciclaron” en los bonos del Tesoro de Estados Unidos para subsidiar las “políticas de endeudamiento del gobierno estadounidense, así como el consumo de sus ciudadanos felices de endeudarse”. El reciclaje de petrodólares a lo largo del tiempo redujo las tasas de interés y permitió a EE. UU. emitir deuda a un precio muy bajo. Este sistema fue creado y mantenido no por pura economía sino por política a través del pacto con Arabia Saudita. Como dijo Alan Greenspan en 1977, reflexionando sobre su experiencia como presidente del Consejo de Asesores Económicos durante la administración Ford, los saudíes eran “tomadores de decisiones ajenos al mercado”.
Graeber señala el reciclaje de petrodólares como un ejemplo de cómo los tesoros de Estados Unidos reemplazaron al oro como moneda de reserva mundial y último depósito de valor. El truco, explica, fue que “con el tiempo, el efecto combinado de los bajos pagos de intereses y la inflación es que estos bonos en realidad se deprecian en valor… los economistas prefieren llamarlo ‘señoreaje'”.
Desde su creación en 1974, el sistema del petrodólar ha cambiado el mundo de muchas maneras significativas, entre ellas:
- La creación de una estrecha alianza entre Estados Unidos y la dictadura de Arabia Saudita, así como otras tiranías en la región del Golfo.
- El fuerte aumento de la economía global en la sombra del “eurodólar” cuando los petrodólares (creados fuera del control de la Reserva Federal) inundaron los bancos de Londres y de América del Norte y luego se reciclaron en los bonos del Tesoro de de Estados Unidos o se volvieron a prestar a los mercados emergentes.
- La financiarización de la economía estadounidense, al tiempo que la fortaleza artificial del dólar hacía que las exportaciones no fueran competitivas, vaciaba la clase media y desplazaba el foco de atención de las manufacturas a las finanzas, la tecnología, la defensa y los servicios, todo ello mientras aumentaba el apalancamiento del sistema.
- Tensión adicional sobre la Unión Soviética, que ahora se enfrentaba a un mercado mundial cada vez más dolarizado, en el que Estados Unidos podía imprimir dinero para comprar petróleo, pero tenía que extraerlo del suelo.
- Cuestiones dolorosas para las economías de mercados emergentes, que se vieron envueltas en una deuda denominada en dólares que era difícil de pagar y atrapadas en un sistema que priorizaba la acumulación de dólares sobre la inversión nacional, perjudicando los ingresos y desencadenando crisis de deuda en todas partes, desde México hasta Asia oriental, pasando por Rusia y Argentina.
- El crecimiento constante de las industrias del petróleo y los combustibles fósiles a expensas de la energía nuclear y la independencia energética regional.
- Y, por supuesto, la continuación de Estados Unidos como hegemonía militar-financiera y la capacidad de Estados Unidos de incurrir en enormes déficits para financiar guerras y programas sociales, todo ello pagado en parte por otros países.
Hay críticos de la teoría del petrodólar que dicen que el fenómeno es en gran medida un mito. Dicen que el dólar ha sido dominante simplemente porque no ha habido competencia. Dean Baker, del Center for Economic and Policy Research, ha dicho que “si bien es cierto que el precio del petróleo se cotiza en dólares y que la mayor parte del petróleo se comercializa en dólares, estos hechos tienen relativamente poca importancia para el estatus del dólar como moneda internacional para el bienestar económico de los Estados Unidos”.
Mientras tanto, teóricos modernos de la moneda, como Warren Mosler y Stephanie Kelton, minimizan la importancia del petrodólar, diciendo que “no importa” o “es irrelevante”, ya que no limita lo que Estados Unidos puede hacer a nivel nacional e internacional y que, a nivel internacional, no importa a qué precio se cotiza el petróleo porque los países pueden simplemente intercambiar sus monedas antes de comprarlo. Los críticos señalan el hecho de que el dólar ya era la moneda de reserva mundial antes de 1973, y que la fijación de precios de las materias primas en dólares es “sólo una convención” y que “no habría ninguna diferencia real si se seleccionara el euro, el yen o incluso fanegas de trigo como unidad de cuenta para el mercado del petróleo”. También dicen que los dólares involucrados en el comercio del petróleo son “triviales” en comparación con otras fuentes de demanda.
Pero la decisión de Arabia Saudita y la OPEP de fijar el precio de sus exportaciones de petróleo en dólares e invertir las ganancias en deuda estadounidense no fue una decisión estrictamente de mercado, ni fue una decisión fortuita o de casualidad, sino una decisión política, tomada a cambio de protección y armas, y que desencadenó innumerables efectos de red adicionales que con el tiempo consolidaron al dólar como la moneda de reserva mundial. Cuando los países se ven obligados a cambiar sus propias monedas por dólares para comprar petróleo, esto fortalece ese par comercial para ese país, extendiendo la influencia de Estados Unidos más allá de los mercados energéticos.
En su libro “En deuda”, Graeber menciona el debate sobre si las ventas de petróleo denominadas en dólares dan o no algún señoreaje a los Estados Unidos, pero dice que independientemente de ello, lo que en última instancia importa es “que los responsables políticos estadounidenses parecen sentir el hecho de que son simbólicamente importantes y se resisten a cualquier intento de alterar esto”.
III. LA POLÍTICA EXTERIOR ESTADOUNIDENSE Y EL PETRODÓLAR
En octubre de 2000, Saddam Hussein intentó alterar el sistema del petrodólar cuando anunció que Irak vendería petróleo en euros, no en dólares. En febrero de 2003, había vendido 3.300 millones de barriles de petróleo por 26.000 millones de euros. Con sus socios comerciales franceses y alemanes nació el “petroeuro”, que si se expandía ayudaría a que el mercado del euro se desarrollara frente a muchas otras monedas, impulsando la fortaleza del euro y erosionando el exorbitante privilegio del dólar. Pero un mes después, Estados Unidos, con la ayuda del Reino Unido, invadió Irak y derrocó a Saddam. En junio, Irak volvió a vender petróleo en dólares.
¿Fue Estados Unidos a la guerra para defender el petrodólar? Esta posibilidad casi nunca se discute en los análisis retrospectivos de la guerra, que tienden a centrarse en cuestiones del supuesto arsenal de armas de destrucción masiva del Irak, los abusos de los derechos humanos o los vínculos con el terrorismo. Pero en aquel momento, muchos consideraban al euro como un competidor realista para el dólar. Dado que el derrocamiento de Saddam, en retrospectiva, contribuyó a disuadir el cambio y le otorgó al sistema del petrodólar muchos más años de dominio, parece una de las explicaciones más razonables para la guerra más misteriosa de la historia moderna de Estados Unidos.
El año pasado, el periodista Robert Draper apareció en el programa de Ezra Klein para hablar sobre su nuevo libro “Para iniciar una guerra: cómo la administración Bush llevó a Estados Unidos a Irak” (“To Start A War: How The Bush Administration Took America Into Iraq”). Con una década de retrospectiva, cubrieron muchos de los posibles motivos de la invasión, pero finalmente la llamaron una “guerra en busca de una razón”. Hasta el día de hoy, no hay consenso sobre el motivo exacto por el cual Estados Unidos invadió Irak, y las razones oficiales han demostrado ser completamente artificiosas.
Según el exsecretario del Tesoro Paul O’Neill, en febrero de 2001 la Administración Bush ya hablaba internamente sobre la logística de la invasión de Irak. “No el por qué”, dijo, “sino el cómo y la rapidez”. Ya se estaban elaborando los planos. El 11-S, apenas unas horas después de los atentados, el entonces subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, ordenó un estudio exhaustivo de los vínculos de Saddam con organizaciones terroristas.
Durante los 18 meses siguientes, la administración Bush vendió el esfuerzo bélico y en marzo de 2003 había logrado un amplio apoyo, especialmente con la ayuda del secretario de Estado Colin Powell, quien gastó su credibilidad en una campaña de relaciones públicas en las Naciones Unidas y en los noticieros televisivos. Ambas cámaras del Congreso apoyaron la eliminación de Saddam, incluidos los senadores Clinton, Kerry, Reid y Biden. En los medios de comunicación, desde “Fox News” hasta The New York Times apoyaron la invasión, al igual que el 72% del pueblo estadounidense en las encuestas en las semanas realizadas en las semanas previas a la invasión. La justificación pública era clara: Saddam era peligroso, se creía que tenía armas de destrucción masiva (ADM), podía pasárselas a Al Qaeda y era necesario detenerlo. En ese momento, el vicepresidente Dick Cheney dijo que “no puede haber ninguna duda de que Saddam tiene armas de destrucción masiva”. La guerra también se comercializó como un esfuerzo humanitario y se le dio el nombre de Operación Libertad Iraquí. Pero en retrospectiva, Estados Unidos no invadió Irak para promover los derechos humanos. No hubo ninguna conexión con Al Qaeda ni con el 11-S. Y, a pesar de las promesas de Cheney, nunca se encontraron armas de destrucción masiva.
Se discutieron y se siguen discutiendo otros motivos, entre ellos el de contrarrestar a Irán, lo que tiene poco sentido dado que la mayoría de los iraquíes son chiítas y su estructura política terminó inclinándose más hacia Irán durante la ocupación, y dado que Estados Unidos había apoyado a Saddam en décadas anteriores con este mismo propósito. La naturaleza endeble de las razones oficiales para la guerra llevó a muchos a creer que el petróleo era la causa principal. Esto no sería inusual. Durante los últimos 150 años, los recursos naturales han estado en la raíz de muchas guerras, invasiones y ocupaciones que han dado forma a nuestro mundo, incluida la lucha por África, el Gran Juego en Asia Central, el tratado Sykes-Picot, los derrocamientos de Mossadegh y Lumumba y la primera Guerra del Golfo.
George W. Bush, Colin Powell, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, la Autoridad Provisional de la Coalición Paul Bremer y el secretario de Relaciones Exteriores británico Jack Straw negaron públicamente que la guerra tuviera que ver con el petróleo. Pero el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, escribió en sus memorias que “Me entristece que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todo el mundo sabe: la guerra de Irak tiene que ver en gran medida con el petróleo” y dijo a los medios de comunicación que eliminar a Saddam era “esencial” para asegurar el suministro mundial de petróleo. El ex jefe de operaciones estadounidenses en Irak, el general John Abizaid, dijo que “por supuesto, se trata de petróleo; realmente no podemos negar eso “. Y el ex secretario de Defensa Chuck Hagel admitió en 2007 que “la gente dice que no estamos luchando por el petróleo. Por supuesto que sí.”
Es cierto que Estados Unidos, incluso en ese momento, no consumía una gran parte de su petróleo de Oriente Medio. En 2003, EE.UU. recibía la mayor parte de su petróleo de su producción nacional más las fuentes de Canadá, México y Venezuela. En este sentido, invadir Irak simplemente para “controlar” el petróleo parece una razón débil. Y la mayoría podría predecir fácilmente que una guerra caliente dañaría la infraestructura petrolera de Irak, creando largas demoras antes de que la producción pudiera recuperarse. Pero quizás la guerra no se libró por el petróleo en un sentido general, sino específicamente, para defender el sistema del petrodólar.
En mayo de 2003, posterior a la invasión, semanas antes de que Irak volviera a vender petróleo en dólares, Howard Fineman escribió en Newsweek que los europeos estaban debatiendo en la ONU sobre si continuar o no buscando las armas de destrucción masiva que no podían encontrar. Informó que la verdadera disputa no era “sobre las armas de destrucción masiva en absoluto. Se trata de algo completamente diferente: quién puede vender (y comprar) el petróleo iraquí y qué tipo de moneda se utilizará para denominar el valor de las ventas”.
Como pregunta Graeber: “¿En qué medida influyó la decisión de Hussein de no aceptar el dólar en la decisión de Estados Unidos de deponerlo? Es imposible decirlo. Su decisión de dejar de usar “la moneda del enemigo”, como él mismo dijo, fue una de una serie de gestos hostiles de ida y vuelta que probablemente habrían llevado a la guerra en cualquier caso; lo importante aquí es que hubo rumores generalizados de que éste fue uno de los principales factores que contribuyeron y, por lo tanto, ningún legislador que esté en condiciones de hacer un cambio similar puede ignorar por completo la posibilidad. Aunque a sus beneficiarios no les guste admitirlo, todos los arreglos imperiales se basan, en última instancia, en el terror”.
En retrospectiva, los primeros años de la década de 2000 fueron una época en la que, ante el desafío del euro, tenía sentido que Estados Unidos tomara medidas. Y así, independientemente de que la defensa del petrodólar fuera o no el objetivo principal de la invasión de Irak, el resultado fue el mismo: otros países vieron lo que se le hizo a Saddam y se cuidaron, durante muchos años, de impulsar su propia moneda “petro”. ¿Y el petróleo? La producción de Irak se duplicó con creces entre 2001 y 2019, y finalmente llegó a alcanzar los cinco millones de barriles de petróleo al día. El mundo financiero se ha vuelto multipolar en los últimos años, pero en 2019, más del 99% de los pagos comerciales de petróleo crudo todavía se realizaban en dólares.
IV. DICTADORES, DESIGUALDAD Y COMBUSTIBLES FÓSILES
Más allá de la guerra de Irak, hay algunas otras externalidades negativas clave y mucho más evidentes del sistema del petrodólar. El apoyo estadounidense a la dictadura saudí es una de ellas. A pesar de que 15 de los 19 secuestradores del 11 de septiembre, más el propio Osama Bin Laden eran saudíes, el gobierno de Estados Unidos se ha resistido por la fuerza a cualquier intento de investigar al régimen saudí por su implicancia en el ataque y, en cambio, invadió y bombardeó otros países en represalia. El petrodólar es una de las principales razones por las que la asesina Casa de Saud sigue en el poder.
En 2002, el ex embajador de Estados Unidos en Arabia Saudita, Chas Freeman, dijo al Congreso: “Una de las cosas principales que los saudíes han hecho históricamente, en parte por amistad con Estados Unidos, es insistir en que el petróleo siga cotizando en dólares. Por lo tanto, el Tesoro de Estados Unidos puede imprimir dinero y comprar petróleo, lo cual es una ventaja que ningún otro país tiene”. En 2007, los saudíes advirtieron a Estados Unidos que abandonaría el sistema del petrodólar si seguían adelante con el proyecto de ley del Congreso “NOPEC” que permitiría al Departamento de Justicia perseguir a los gobiernos de la OPEP bajo leyes antimonopolio por manipular los precios del petróleo. El proyecto de ley nunca se aprobó.
Según un artículo del New York Times de 2016, Arabia Saudita “le dijo a la administración Obama y a los miembros del Congreso que vendería activos estadounidenses por valor de cientos de miles de millones de dólares en poder del reino si el Congreso aprobaba un proyecto de ley que permitiría al gobierno saudí ser considerado responsable en los tribunales estadounidenses por cualquier papel en los ataques del 11 de septiembre de 2001″.
En 2020, el entonces fiscal general William Barr impidió que el nombre de un diplomático saudí vinculado al 11-S ingresara al dominio público porque tal divulgación suponía un riesgo de “daño significativo para la seguridad nacional”. A raíz del asesinato del columnista del Washington Post, Jamal Khashoggi, el presidente Donald Trump no presionó para que se tomaran medidas contra Mohamed bin Salman. En “NBC News” dijo “No soy como un tonto que dice, ‘no queremos hacer negocios con ellos'”. El presidente Biden también se ha negado a penalizar a MBS directamente, a pesar de que se le han presentado pruebas de sus propias agencias de inteligencia que muestran que ordenó el asesinato de Khashoggi, diciendo que sería demasiado costoso para Estados Unidos.
Estos son sólo algunos ejemplos de cómo, a pesar de la sangrienta guerra del régimen saudí en Yemen, su tortura a las prisioneras políticas y el asesinato de Khashoggi, la relación de Estados Unidos con el reino se mantiene firme y protegida al más alto nivel. Según una investigación del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, “entre 2015 y 2019, los seis estados del Golfo compraron más de una quinta parte de las armas vendidas a nivel mundial, siendo Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Qatar quienes ocuparon el primer lugar, el octavo y el décimo como importadores de armas en el mundo. Sólo Arabia Saudita compró una cuarta parte de las exportaciones totales de armas de Estados Unidos durante ese período, frente al 7,4 por ciento en 2010-14”. El pacto sobre el precio del petróleo hecho por primera vez en 1974 sigue siendo fuerte en 2021, a pesar de que son épocas muy diferentes.
A nivel nacional, ciertas facciones de Estados Unidos han prosperado gracias al petrodólar, pero el impacto en el estadounidense medio ha sido negativo. Como se escribió recientemente en “Foreign Affairs”, “los beneficios de la primacía del dólar recaen principalmente en las instituciones financieras y en las grandes empresas, pero los costos generalmente son asumidos por los trabajadores. Por esta razón, la continua hegemonía del dólar amenaza con profundizar la desigualdad, así como la polarización política en Estados Unidos”. Las corporaciones y los propietarios de activos son los que más se han beneficiado en el entorno de bajas tasas de interés del sistema. Como sostienen Feygin y Leusder en “La política de clase del sistema del dólar” (“The Class Politics Of The Dollar System”), “la primacía del dólar alimenta un creciente déficit comercial estadounidense que desplaza la economía del país hacia la acumulación de rentas en lugar del crecimiento de la productividad. Esto ha contribuido a una disminución de la participación del trabajo y del capital en los ingresos, y al aumento del costo de servicios como la educación, la atención médica y el alquiler de viviendas”.
Como el sistema del petrodólar mantuvo la demanda internacional de dólares artificialmente fuerte a lo largo de las décadas, la base manufacturera de Estados Unidos se volvió débil y dejó de ser competitiva y perdió puestos de trabajo en el extranjero. Normalmente, una moneda que es demasiado fuerte acaba creando un problema de déficit y se ve obligada a devaluar para vender exportaciones. Pero, como señala la inversora Lyn Alden en “The Fraying Of The US Global Currency Reserve System”, eso nunca ha sucedido con Estados Unidos debido al continuo pago de su déficit por parte de naciones extranjeras. En 1960, el economista Robert Triffin identificó este fenómeno, ahora conocido como el Dilema de Triffin: para seguir siendo la moneda de reserva del mundo, Estados Unidos debe proporcionar liquidez global mediante déficits cada vez mayores, lo que algún día debe socavar la fe en el dólar.
El sector financiero de EE.UU. se ha disparado y ahora representa el 20% del PIB, en comparación con el 10% en 1947. Esta financiarización ha enriquecido a la élite poseedora de activos en las costas mientras ha arruinado a los trabajadores de Rust Belt que lidian con salarios estancados. Esto ha provocado populismo y desigualdad extrema, donde la riqueza promedio de Estados Unidos sigue siendo relativamente alta entre las naciones avanzadas, pero su riqueza media es relativamente baja. De esta manera, Alden y otros pensadores macroeconómicos como Luke Gromen argumentan que la hegemonía del dólar en realidad perjudica a los EE. UU. en su competencia con naciones como China, que pueden pedir prestado dólares continuamente para almacenar activos duros y consolidar el control sobre importantes cadenas de suministro globales.
Y luego, por supuesto, tenemos el petrodólar en sí y su impacto en el medio ambiente. Como informó Reuters, “si el uso de petróleo denominado en dólares disminuye a favor de las fuentes de energía eólica, solar o hidroeléctrica producidas en el hogar, entonces la creciente reserva de petrodólares globales reciclados e invertidos por los grandes productores de petróleo del mundo desde el fin del patrón oro en la década de 1970 puede agotarse con él “. En pocas palabras, un cambio global hacia las energías renovables haría mella en la demanda de combustibles fósiles, lo que podría asestar un golpe de gracia al sistema del petrodólar y a la capacidad de Estados Unidos de incurrir en déficits masivos sin consecuencias. Los intereses petroleros se han resistido agresivamente a los intentos de desarrollar la energía nuclear y las energías renovables durante las últimas décadas. El ejército estadounidense sigue siendo el mayor consumidor de recursos petroleros.
Cuando la moneda de reserva mundial depende literalmente de la venta de petróleo, el mundo tiene un enorme problema de emisiones de carbono. Sin mencionar el hecho de que, como ya se mencionó, el petrodólar es defendido por la presencia global del ejército estadounidense, que tiene una producción de carbono del nivel de una nación de tamaño mediano, lo que se ve exagerado por la necesidad de Estados Unidos de proteger el dólar y esto se ve reforzado por las guerras que libra en varios continentes y que disparan los precios del petróleo. Es realmente imposible que el sistema del petrodólar sea “verde” cuando se basa en el oro negro.
V. EL BITCOIN Y UN MUNDO MULTIPOLAR
La política exterior de Estados Unidos ha mantenido el dominio del petrodólar durante muchas décadas, pero es indiscutible que su poder está comenzando a decaer. Muchos estadounidenses, incluido este autor, han sido increíblemente privilegiados con este sistema, pero no durará para siempre.
Luke Gromen califica al sistema del petrodólar como una “ciudad empresarial”, donde Estados Unidos ha impuesto el control sobre los precios del petróleo con amenazas y violencia. Después de la caída de la Unión Soviética, dice, Estados Unidos podría haber reestructurado el sistema y haber celebrado otro Bretton Woods, pero se aferró al momento unipolar. Más allá de proteger el sistema contra perturbaciones como el petroeuro, Gromen dice que Estados Unidos extendió la vida del sistema al lanzar el TLCAN y ayudar a China a unirse a la Organización Mundial del Comercio en 2001. Estos pasos permitieron a Estados Unidos continuar exportando manufactura y tesoros al exterior a cambio de bienes y servicios. Señala que en 2001, las tenencias del tesoro de China eran de $60 mil millones de dólares, pero aumentaron a $1,3 billones una década después. De 2002 a 2014, la mayor exportación de Estados Unidos fueron bonos del Tesoro, donde los bancos centrales extranjeros compraron el 53% de la emisión, utilizándola como una nueva forma de oro. Pero desde entonces, China y otros gobiernos han estado vendiendo títulos del Tesoro y nos han empujado hacia un nuevo sistema, con la expectativa de que ese oro pierda valor. Según Gromen, se dieron cuenta de que si los dólares todavía se cotizaban en el petróleo mientras los EE.UU. continuaban aumentando la relación deuda / PIB (pasando del 35% en la década de 1970 a más del 100% en la actualidad), el precio del petróleo eventualmente se dispararía. Europa no fue capaz de desbaratar el sistema del petrodólar a principios de la década de 2000, pero con el tiempo, tanto la hegemonía de Estados Unidos como su capacidad para evitar que otras naciones fijen el precio del petróleo en sus propias monedas se han erosionado.
Cada vez son más los países que denominan el comercio de petróleo en otras monedas, como el euro, el yuan y el rublo, en parte porque temen depender de un sistema debilitado y en parte porque el gobierno de Estados Unidos sigue utilizando el dólar como arma. El sistema de sanciones estadounidense es increíblemente poderoso, ya que puede aislar a los enemigos de la red de pago SWIFT o del Banco Mundial o el FMI. Como informó el Financial Times, “al usar los bancos estadounidenses como un garrote contra Rusia, Joe Biden ha demostrado su voluntad de convertir el sistema financiero estadounidense en un arma contra sus enemigos, continuando con una táctica perfeccionada durante los años de Obama y drásticamente reforzada bajo Donald Trump”.
Este mes, el presidente Biden denunció públicamente el proyecto del oleoducto Nord Stream2, que se basaría en el impulso que el presidente ruso Vladimir Putin ya tiene con Rosneft, fijando el precio de más del 5% del petróleo mundial en euros al conectar Europa y Rusia. Al parecer, el equipo de Biden quiere “matar” el proyecto, y sus funcionarios han comentado que la primacía del dólar sigue siendo “enormemente importante” para la administración y que “es de nuestro interés nacional debido a la ventaja de costo de financiamiento que brinda, [porque] nos permite para absorber los choques… y nos da una enorme influencia geopolítica”. Esta es una indicación sorprendente de cuán importante sigue siendo políticamente el sistema del petrodólar para los Estados Unidos, 50 años después de su creación, a pesar de los críticos que dicen que el mundo utiliza dólares por razones puramente de mercado.
Muchos países quieren escapar del control financiero de Estados Unidos y este deseo está acelerando la desdolarización global. Por ejemplo, China y Rusia, desde el año pasado, estaban realizando transacciones en dólares sólo el 33% del tiempo, en comparación con el 98% de hace siete años. China está expandiendo el comercio de petróleo denominado en yuanes, y muchos se preocupan por el nuevo proyecto “DC / EP” o yuan digital del Partido Comunista Chino, que es una estratagema para aumentar el uso internacional del yuan. Mientras tanto, el ex presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha dicho que “es absurdo que Europa pague el 80 por ciento de su factura de importación de energía -por un valor de 300 mil millones de euros al año- en dólares estadounidenses cuando sólo aproximadamente el 2% de nuestras importaciones de energía provienen de Estados Unidos.” Si bien el dólar sigue siendo la moneda dominante, las tendencias apuntan a que otras importantes divisas ganarán terreno en los próximos años.
Más allá de un cambio hacia un mundo monetario multipolar, otra amenaza para el petrodólar podría ser el SDR (por sus siglas en inglés), o “Derecho Especial de Giro”, empleado por el FMI, que se basa en el dólar, el euro, la libra, el yen y el yuan. Inspirado en Keynes y su fallida idea del bancor de Bretton Woods, el SDR ha cobrado más fuerza en los últimos años, con más de 200 mil millones de unidades en circulación y otros 650 mil millones que posiblemente se estén creando. Pero pocos gobiernos en una posición de poder económico entregarían voluntariamente su control monetario a una organización de sopa de letras no elegida.
En cuanto al oro, el mundo no retrocede. Como escribió Jacques Rueff en la década de 1960, “los administradores de dinero en una democracia siempre elegirán la inflación; sólo un patrón oro los priva de la opción “. El historiador de izquierda Michael Hudson explica que en la década de 1970 trató de presentar un argumento apolítico para que el gobierno de EE.UU. volviera al patrón oro, asociándose con el erudito de derecha Herman Khan: “Él y yo fuimos a realizar una presentación al Tesoro de los Estados Unidos, diciendo que ‘el oro es un metal pacífico porque es una restricción para la balanza de pagos. Si los países tuvieran que pagar su déficit de balanza de pagos en oro, no podrían afrontar los costos de balanza de pagos de ir a la guerra”. Eso fue bastante aceptado y por eso Estados Unidos básicamente respondió: Por eso no volveremos al oro. Queremos ser capaces de ir a la guerra y queremos que la única alternativa para mantener las reservas del banco central sea el dólar estadounidense”. El oro es, según la opinión de la mayoría de los economistas actuales, simplemente demasiado restrictivo.
Un estudio de 2020 publicado en el Journal of Institutional Economics postuló cuatro posibles resultados monetarios futuros para el mundo: la continuación de la hegemonía del dólar, bloques monetarios en competencia (donde la UE y China actúan como contrapesos de los EE.UU.), una federación monetaria internacional (en la cual la parte superior de la jerarquía internacional ya no es un estado, sino el PBI y los DEG), y la anarquía monetaria internacional, en la que el mundo se reduce a islas menos conectadas. Los autores, sin embargo, pasan por alto una quinta posibilidad: un estándar de Bitcoin en el que la moneda digital se convierta en el activo de reserva global.
Desde su creación en 2009 por Satoshi Nakamoto, el valor del bitcoin ha pasado de menos de un centavo a más de $50,000, extendiéndose a todas las áreas urbanas importantes del mundo como una reserva de valor y, en algunos lugares, como medio de intercambio. El año pasado, compañías de la lista Fortune 500 como Tesla y fondos soberanos como Temasek de Singapur comenzaron a acumular bitcoins debido a sus propiedades de resistencia a la inflación. Muchos lo llaman oro digital.
Es muy posible que estemos presenciando el nacimiento no sólo de una nueva reserva de valor por excelencia, sino también de una nueva base monetaria global, neutral y descentralizada como el oro, pero que se diferencia de éste en que es programable, teletransportable, fácilmente verificable, absolutamente escaso y resistente a la captura centralizada. Cualquier ciudadano o gobierno puede recibir, almacenar o enviar cualquier cantidad de bitcoins simplemente con acceso a Internet, y ninguna alianza o imperio puede degradar esa moneda. Es, como dicen algunos, la moneda de los enemigos: las partes adversarias pueden usar el sistema y beneficiarse por igual sin perjudicarse mutuamente.
A medida que el valor de bitcoin aumente frente a las monedas fiduciarias, cada vez más corporaciones e individuos comenzarán a acumular. Eventualmente, los gobiernos también lo harán. Al principio lo agregarán como una pequeña parte de su cartera junto con otras monedas de reserva, pero finalmente intentarán comprar, extraer, gravar o confiscar tanto como puedan.
Nacido en un momento en que la moneda de reserva mundial anterior había alcanzado su cúspide, Bitcoin podría introducir un nuevo modelo, con más posibilidades pero también más restrictivo. Cualquiera con una conexión a Internet podrá proteger sus salarios y ahorros, pero los gobiernos, incapaces de generar dinero tan fácilmente a su antojo, no podrán librar guerras eternas ni construir estados de vigilancia masiva que contradigan los deseos de sus ciudadanos. Podría haber una convergencia más estrecha entre los gobernantes y los gobernados.
El gran temor, por supuesto, es que Estados Unidos no pueda financiar sus exorbitantes programas sociales y gastos militares si hay menos demanda mundial por el dólar. Si la gente prefiere el euro o el yuan o los bonos de otros países, Estados Unidos en su forma actual estaría en un gran problema. Nixon y Kissinger diseñaron el petrodólar para que Estados Unidos pudiera beneficiarse de la demanda mundial de dólares vinculados al petróleo. La pregunta es, ¿por qué no puede haber una demanda global de dólares ligada al bitcoin?
Independientemente del dinero base, todavía podría seguir habiendo moneda fiduciaria y deuda pública, con un precio de acuerdo con el poder económico y la posición del bitcoin de esos países. Y en el mundo emergente de Bitcoin, Estados Unidos lidera en muchas categorías, ya sea en infraestructura, desarrollo de software, tenencias reales por parte de la población y cada vez más, dadas las tendencias actuales, en minería. Estados Unidos también se basa en la libertad, la igualdad de oportunidades, la libertad de expresión, la propiedad privada, los mercados de capitales abiertos y otros valores e instituciones que Bitcoin refuerza y reverbera. Si Bitcoin finalmente se convirtiera en el dinero base global, entonces Estados Unidos estaría en condiciones de capitalizar esa transformación.
Esto significa no más dependencia de dictadores y pactos secretos en el Medio Oriente, no más necesidad de amenazar o invadir a otros países para preservar la primacía del dólar, y no más oponerse a la tecnología de energía nuclear o renovable para proteger la industria de los combustibles fósiles. A diferencia del sistema del petrodólar, Bitcoin muy bien podría acelerar la transición energética global hacia las energías renovables, ya que los mineros siempre eligiendo las fuentes de electricidad más baratas y las tendencias apuntan a energías renovables más baratas en el futuro.
Bajo el estándar de Bitcoin, todos jugarían con las mismas reglas. Ningún gobierno o alianza de gobiernos puede manipular la política monetaria. Pero cualquier individuo puede optar por una moneda no discrecional basada en reglas y controlar un instrumento de ahorro que históricamente se ha apreciado frente a los bienes y servicios. Este supondría un beneficio neto espectacular para la mayoría de los habitantes del planeta, especialmente si se considera que miles de millones viven hoy bajo una elevada inflación, represión financiera o aislamiento económico.
Esta transición puede no ser tan agradable para los regímenes autoritarios, que son más cerrados, tiránicos, violentamente redistribucionistas y más aislados que las democracias liberales. Pero en opinión de este autor, eso sería algo bueno y podría forzar reformas donde el activismo por sí solo ha fracasado.
La deriva multipolar del mundo es inevitable. Ningún país puede, en un futuro cercano, ganar tanto poder como el que tenía Estados Unidos a fines del siglo XX. Estados Unidos seguirá siendo una potencia durante mucho tiempo, pero también lo serán China, la UE, Rusia, India y otras naciones. Y es posible que compitan en un nuevo sistema monetario que se alejed del petrodólar y de todas sus costosas externalidades: un estándar de Bitcoin neutral que aproveche las fortalezas de las sociedades abiertas, que no dependa de dictadores ni de combustibles fósiles y que, en última instancia, esté dirigido por los ciudadanos, no por la élite atrincherada.